DE ALEJANDRO DOLINA
El colorado De Felipe era referí. Contra la opinión general que lo acreditó como un
bombero de cartel, quienes lo conocieron bien juran que nunca hubo un árbitro
más justo.
Tal vez era demasiado justo. De Felipe no sólo evaluaba las jugadas para ver si
sancionaba alguna infracción: sopesaba también las condiciones morales de los
jugadores involucrados, sus historias personales, sus merecimientos deportivos y
espirituales.
Recién entonces decidía. Y siempre procuraba favorecer a los buenos y castigar a
los canallas. Jamás iba a cobrarle un penal a un defensor decente y honrado, ni
aunque el hombre tomara la pelota con las dos manos.
En cambio, los jugadores pérfidos, holgazanes o alcahuetes eran penados a cada
intervención. Creía que su silbato no estaba al servicio del reglamento, sino para
hacer cumplir los propósitos nobles del universo. Aspiraba a un mundo mejor,
donde los pibes melancólicos y soñadores salen campeones y los cancheros y
compadrones se van al descenso.
Parece increíble. Sin embargo, todos hemos conocido árbitros de locura inversa,
amigos o lacayos de los sobradores, por temor a ser sus víctimas. Inflexibles con
los débiles y condescendientes con los matones. Una tarde casi lo matan en
Ciudadela. Los Hombres Sensibles de Flores lamentaron no haber estado allí,
para hacerse dar una piña en su homenaje.
Era en plena época del “fútbol rápido” o “fútbol soccer” donde Diego se sacaba las ganas de jugar a la pelota, su amiga eterna. El diez había sido suspendido en el Mundial de Estados Unidos en el año 1994 y tenía que cumplir la pena impuesta por FIFA hasta septiembre del año 1995.
Fue por entonces que jugaba en la mencionada competencia, pero a su vez, había iniciado su carrera como director técnico. De hecho, estuvo en Mandiyú de Corrientes primero y luego en Racing. Fue en ese momento cuando Diego arrancó a prepararse para volver a jugar de manera profesional.
Comenzó un entrenamiento tan intenso como el de la previa a la cita ecuménica del 94 en el Cenard (Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo). Un día se lo encuentra a Juan Amador Sánchez en Palermo y lo invita para que sea uno de sus sparrings en las prácticas. Entre charlas y charlas, en un momento corriendo en la cinta junto a Sánchez, Diego le manifiesta a su médico que estaba sintiendo dolores en una parte de la cintura y el facultativo le responde “que tendría que dejar de jugar el fútbol rápido en cancha de sintético y empezar a probar en césped natural y cancha de once si es que pretendía volver”. Automáticamente, recuerda Juan Amador, que Maradona le dice que organice un partido amistoso en su pueblo. Y ese pueblo era Totoras.
Juan Amador Sánchez, había nacido allí y dio sus primero pasos en el fútbol en Unión Fútbol Club para luego tener una extensa carrera como jugador en el profesionalismo. Pasó por Huracán, Boca, River, Platense, Unión de Santa Fe, Atlético de Rafaela, entre otros.
Volviendo a la propuesta del Diego, tras la grata sorpresa para Juan Amador, fue rápidamente a llamar la sede de su querido Unión FC. Al principio les costó caer, pero rápidamente empezó la revolución en el pueblo. Desde ese miércoles 3 de mayo de 1995 hasta el sábado 6 todo fue alegría en Totoras y los alrededores.
El Diego de la gente
La idea del partido era que durara noventa minutos y que de un lado jueguen los que acompañaban a Maradona versus un combinado de Unión Fútbol Club. En ese sábado 6 de mayo del 95, Sánchez había acordado encontrarse con Diego a las 8 de la mañana en General Paz y Panamericana. Pero pasó el tiempo, Diego no aparecía y Juan junto a la Trafic y resto del equipo empezaron a impacientarse.
Lo llamaron a Lalo Maradona (hermano del diez), éste a Claudia (por entonces esposa de Diego) y ella le dijo que ya no estaba allí, sino “que se había ido a jugar un partido a un pueblo de Santa Fe”. A eso de las 11 horas, llegó el ídolo mundial junto a Guillermo Cóppola y ahí encararon viaje rumbo a suelo totorense.
Al principio armaron en uno de los quinchos del club una especia de lunch, donde Diego hizo pasar a los presentes de a tres personas para que todos se lleven el saludo, la foto y autógrafo de él. Luego fue momento de una mini conferencia de prensa ya que había medios porteños, rosarinos y locales, donde Maradona habló de todo.
Luego de esto, comenzó el tan ansiado amistoso para los fanáticos del diez y para el mismo Maradona que de hecho a eso había ido, a probarse físicamente en cancha de once.
El capitán campeón del mundo no sólo que jugó todo el partido, sino que lo hizo durante todo el primer tiempo para el combinado que había viajado con él desde Buenos Aires, y a los pocos minutos de la segunda parte, tras un golazo de cabeza del 10, se sacó la casaca bordó y se puso la número diez de Unión Fútbol Club para el orgullo eterno de los fanáticos del Celeste. Y encima, jugando ya para los locales, también se dio el gusto de gritar un gol. Que más allá de todo eso, Diego fue una vez más el que entregó una alegría a todos aquellos que estuvieron mirando desde la tribuna, en el borde de la cancha, arriba de los árboles y algún que otro subido arriba de un camión para no perderse absolutamente nada.
La idea del partido era que durara noventa minutos y que de un lado jueguen los que acompañaban a Maradona versus un combinado de Unión Fútbol Club.Pero jugó (e hizo goles) para los dos…
Hernán Fonseca, el otro protagonista
Esa tarde que será recordada para toda la vida en Totoras, no solo fue emocionante para los testigos directos sino también para Hernán Fonseca. En ese entonces era un pibe de sólo 20 años que hacía menos de un año había tenido un accidente automovilístico donde el golpe le afectó la médula y lo dejó sin posibilidad de caminar para el resto de su vida.
Fonseca, ya hacía varios años que atajaba en Unión FC y que según contó el mismo protagonista, estaba a tres días de viajar a Buenos Aires para firmar un contrato con el club Boca Juniors. Pero lamentablemente, por esas cosas que tiene la vida, no pudo ser.
Más allá de esto, ese 6 de mayo de 1995, Hernán jamás olvidará esa jornada. Ya que ni bien llegaron a Totoras, Juan Amador Sánchez se lo presentó a Maradona y desde allí no se separaron hasta el final del juego. Diego lo llevó al lunch primero, al vestuario luego, que de hecho allí le puso el bolso arriba de sus piernas y le decía que le vaya alcanzando las cosas.
Según contó el propio Fonseca a Mirador Provincial: “si bien mucho no me acuerdo las palabras textuales que me iba diciendo, sí recuerdo que me hacía chiste con mi puesto. Me decía cómo vas a ser arquero, a lo que yo me reía. Pero era tanta la emoción que ni sé las cosas que me dijo”.
Pero al rato, ya en el partido, Hernán Fonseca se llevó otro trofeo imborrable. Cuando Diego pasó de jugar al equipo de Unión, se sacó la 10 bordó y se la llevó hasta el lugar donde se encontraba él. “Me abrazó y me dijo, mis piernas son tus piernas, no aflojes ahora, fuerza”, dijo aún emocionado Fonseca, quien le hizo firmar la casaca y le entregó la del “Celeste”.
Años más tarde, Hernán volvió a encontrarse con Maradona en su programa “La Noche del Diez”, en la que el mismo Fonseca le había escrito una carta unos años antes cuando el nacido en Fiorito había tenido un problema grande de salud. Y la misma, pudo entregársela personalmente tras ser elegida entre miles que participaron. Fonseca contó que al final le había puesto “Ahora mi corazón es tu corazón”, a modo de devolverle de alguna manera algo de que aquella tarde imborrable.
Le estarán agradecido a Juan Amador Sánchez por ser el nexo y llevar “a quien consideró un amigo porque le entregó su corazón y lo invitó a su casa”, pero sin dudas le estarán eternamente agradecidos a Diego Armando Maradona que jugó un partido de fútbol en suelo totorense. 6 de mayo del año 1995, día en el cual Totoras tuvo una jornada para toda la vida.