A LOS 27 MINUTOS

DE RODOLFO BRACELI

Muy pocos, casi nadie saben el apellido del Coco Morales, porque todo el mundo desde siempre lo llamaba así, Coco. Bien, el Coco era camionero y, como buen camionero, mecánico de su camión. Desde el departamento de Rivadavia de Mendoza trasladaba vino en tanques; lentísimos viajes que duraban las horas de un día entero y de medio más.

A esa monotonía de las rutas, especialmente cuando lo invadía el sopor de la siesta o el temible sueño de ciertas horas de la madrugada, el Coco la afrontaba relatando dramáticos partidos de fútbol. Estaba equipado para eso: sobre la visera de su camión tenía un micrófono, se lo había fabricado a partir de un colador en desuso. Para sus transmisiones había armado su propio campeonato, su fixture.

Las alternativas de ese campeonato digitadas por él no coincidían para nada con las del campeonato real. En cierta forma el Coco Morales era el Azar, es decir, el Dios de esos torneos. El equipo de sus amores, Independiente de Avellaneda, siempre estaba prendido entre los punteros y ganaba por lo menos dos campeonatos de cada tres. Los ganaba heroicamente, remontando resultados inverosímiles. Una de las finales, precisamente contra Racing de Avellaneda, Independiente vadeó un 4 a 0 del primer tiempo. Cuando faltaban diez minutos todavía iba perdiendo 4 a 2. El 5 a 4 se concretó con dos goles en el tiempo de alargue. Todo es posible en el fútbol y más si el dios que lo digita es el Coco Morales.

Un día de marzo de 1979, el Coco estaba trasmitiendo el segundo tiempo de un partido entre Vélez e Independiente. Una mancha de aceite que no alcanzó a ver y se fue en una curva: estaba a un par de kilómetros de entrar a Rufino. Su camión quedó con las ruedas mirando el cielo estrellado. La inmensidad del pasto fue redimida por el emocionante olor vino derramado. A la media hora llegó la ambulancia. El Coco todavía respiraba, pero estaba bañado en sangre e inconsciente. Ya en la ambulancia le aplicaron oxígeno, abrió apenas los ojos y al ver la mascarilla la consideró micrófono y sin más dijo: Y el partido se suspende a los 27 minutos del segundo tiempo. Cerró sus ojos el Coco.

Podría ser más conmovedor el final de este relato si contáramos que las últimas palabras del Coco fueron ésas: Y el partido se suspende a los 27 minutos del segundo tiempo. Pero no fue así. Una conmoción cerebral pasajera, seis puntos de sutura en la frente, un par de semanas de descanso y todo quedó nada más que un susto, cosas que pasan en el camino.

El Coco Morales volvió a la ruta de siempre con su lenta carga de vino imprescindible. En su primer viaje después de haber nacido de nuevo, al llegar a la misma curva del vuelco, ahí en Rufino, bajó la visera, descolgó el micrófono y dijo: Y el partido se reanuda a los 27 minutos del segundo tiempo.